jueves, julio 20, 2006

Una simple historia




Al caer el sol me puse a caminar por las calles mientras miraba el paisaje de la ciudad. El azul del cielo cada vez más oscurecido por la cercanía de la noche, los carteles de neón de los comercios, el encendido de los primeros alumbrados públicos, me mostraban un mundo lleno de colores y movimiento. Me puse a mirar lo que había alrededor de forma más atenta. Descubría belleza en todos lados, aún con el ruido de los autos o de los sonidos que salían de las casas de música. Sin embargo, mi vista se detuvo sobre un niño durmiendo en un cajón tapado con frazadas rotas, sucias y tristes.
No pude evitar pensar en su presente y su futuro. Tanto lo uno como lo otro, sólo eran cosas que faltaban. Ni escuela donde estudiar, ni casa donde vivir, ni familia en la que pudiera sentirse parte de algo. Era terrible: todo lo que me hacía ver la realidad como algo hermoso se derrumbó. Todo me recordaba la imagen de ese niño. Al llegar a mi casa, traté de desenchufarme leyendo una novela que se llama “Un amor entre dos”. Pero ni la pareja apasionada de la novela, ni su argumento calcado de la televisión de otras historias parecidas, lograron borrármelo. Agarré el teléfono que tenía al lado mío. Llamé a mi amiga Ana y le conté cómo me estaba sintiendo en aquel momento. Me di cuenta de la impresión que me produjo ver a alguien en aquel abandono. Fue como si el mundo se hubiera transformado en un espejo de todo lo malo que podemos llegar a ser.

Pasaron los días. Una mañana me levanté pensando en él, y me fui caminando hacia donde lo había encontrado. Me senté en un banco y lo empecé a observar con su ropa sucia, y sus ojos cada tanto miraban hacia el cielo, como si estuviera esperando algo. Después de pensarlo un rato, me acerqué a él. Le pregunté su nombre y enseguida me contestó que su nombre era Nahuel, que para sobrevivir se dedicaba a abrir puertas de taxis ya que los pasajeros le dejaban propina.

Le pregunté si no quería comer o tomar algo caliente, por lo menos así conversábamos más tranquilos. Él dijo que sí. Más tarde, mientras desayunábamos, me contó que sus padres un día lo habían dejado en una plaza en la zona del conurbano. Me apené mucho. Me sentí con ganas de protegerlo, de hacerle ver que también podía ser amado.
-No quiero, tengo miedo a que me hagas lo mismo, que me termines abandonando – dijo él.
-Nadie te va a hacer eso – respondí - . Lo que pasa es que no supieron valorarte.

Después de eso, nos quedamos como sin palabras. La ciudad seguía con su paisaje de autos, carteles y música que salían de los comercios. La plaza con sus árboles, sus pájaros, seguía allí sólo que habían dos personas que se miraban por primera vez uno al otro.
El con su vida herida, yo perdida sin saber qué hacer.
Nahuel me miró con una sonrisa que iluminaba su cara. No sé cómo seguirá esta historia pero intuyo que seremos amigos.

Ana Bazán

1 comentario:

marisa negri dijo...

felicitaciones Anita!!!!!!!!
espero que sigas escribiendo!